martes, 16 de marzo de 2010

18 de marzo: Muerte de Nicolás Romero


Nicolás Romero fue capturado por las fuerzas imperialistas a finales de enero de 1865, en Michoacán. Fue trasladado a la ciudad de México, donde se le juzgó por las cortes marciales y finalmente fue fusilado en la plaza de Mixcalco,el 18 de marzo de 1865.


Del libro "Nicolás Romero, guerrillero de la reforma, se Antonio Albarrán, publicado en 1895, reproduzco la parte final, donde se nos cuenta del juicio y fusilamiento de Nicolás Romero.


Antonio Albarrán fue uno de los biógrafos de Nicolás Romero. Nació en Toluca hacia el año 1865. Fue un importante pedagogo del Estado de México. Nicolás Romero, guerrillero de la Reforma no se trata de una biografía en toda forma, es más bien una semblanza literaria escrita con amor y con los pocos datos que su autor pudo recoger personalmente de aquellos que conocieron al León de las Montañas. Pese a todo, sigue siendo uno de los documentos más importantes para conocer a nuestro personaje.

Título: Nicolás Romero, guerrillero de la Reforma. Capítuli IV.
Autor: Antonio Albarrán
Cuadernos de Identidad, Nicolás Romero, México, mayo del 2009.
Ilustración: Guerrillero republicano "chinaco" ante una corte marcial francesa. Tomado del "Cancionero de la Intervención Francesa" INAH, México, 2002.


El 16 de febrero de 1865 llegaba a México en compañía de diez de sus soldados, únicos supervivientes de la catástrofe en que había perecido la guerrilla.
Todos fueron entregados a corte marcial para su juicio.
Como la misión de ese siniestro tribunal era condenar a muerte a todos los acusados que se sometían a su jurisdicción, sospechóse en el acto cual era la suerte que se le esperaba a Romero, y se hicieron sin demora esfuerzos indecibles para salvarlo. Pronto llenó la ciudad un ambiente de simpatía que en vano trató de contrarrestar el Imperio con rumores calumniosos en contra de aquel.
Pero no por eso mejoraba la perspectiva de la suerte reservada al prisionero.
El diecisiete de marzo la gente se agitaba en la calle de San Juan de Letrán y entraba en masa en el edificio en que el tribunal de muerte dictaba sus inalterables veredictos. La sala tenía un aspecto sombrío en consonancia con su objeto, Los jueces, inmóviles pero implacables como el destino, ni siquiera se dignaban escuchar. ¿Para qué? Ya sabían que su deber era condenar a muerte indefectiblemente. En vano el fiscal Lafontaine, formulaba su requisitoria en la tribuna con acento monótono, sin subir ni bajar la voz, sin ardimiento de la convicción puesto que no existía; su misión era ya una práctica, un oficio, una entonación rutinaria y salmódica de los mismos cargos, hechos en poses aprendidas de memoria y sin cambiar palabras.
Para el fiscal Romero era un brigand, un bandolero, un malhechor; y había necesidad de ser muy severo con él, porque para eso habían venido los franceses, para acabar con la brigandege. En definitiva pedía para Romero y sus compañeros allí presentes la pena de muerte. Los procesados mostraban en la desgracia un estoicismo sereno que en nada desmentía su nombre de valientes y sufridos.
El sordo murmullo de cólera que en el público allí reunido produjeran las conclusiones del fiscal sólo era comparable con el que había producido la declaración del único mexicano que se mostró sañudamente hostil a Romero en su proceso; ese mexicano lo era Don Manuel Echávarri, dueño de aquel caballo en que Romero había huido de sus perseguidores cuando su mala estrella le había hecho herir en una riña a un panadero. El transcurso de siete años, la nacionalidad y el carácter repulsivo del tribunal que Echávarri tenía delante, los servicios prestados a la Patria por Romero, su conducta intachable como soldado, la popularidad de sus hazañas, la efervescencia que en su favor reinaba en la ciudad, los ruegos de muchas persona, nada de esto bastó para que aquel inexorable testigo tuviera un instante de generosidad y no declarase contra Romero. En más que en todos esos estímulos, que debían inclinarle a mostrarse magnánimo, estimaba sin duda la pérdida de su caballo. La nube suspendida sobre la cabeza Romero, en forma de aborrecimiento de un hombre. Por un leve daño causado a éste fatalmente, lanzaba al fin su rayo aniquilador.
El testimonio de Echávarri fue el único que decidió de la suerte del guerrillero, pues el de los franceses que, a cambio de la vida que éste les había perdonado una vez, fueran a declarar en su contra, no tenía valor ninguno: esos testigos no eran más que comparsa en aquella lúgubre representación.
La Corte Marcial pronunció en definitiva su acostumbrada sentencia de muerte contra Nicolás Romero y sus tres compañeros y amigos: el comandante Higinio Álvarez, el alférez Encarnación Rojas y el sargento Roque Pérez.
Al siguiente día, a las seis y media de la mañana, Nicolás Romero y sus tres oficiales eran pasados por las armas en la célebre plaza de Mixcalco.
La muerte de aquellos soldados de la patria había sido tan digna como su vida.
La valerosa abnegación y la serenidad perfecta de las víctimas delante de la muerte, habían despertado inmenso remordimiento en el ánimo de los verdugos, si éstos no hubiesen estado connaturalizados con la injusticia, la crueldad y el crimen.
El sacrificio estaba consumado.
Y he ahí como un pobre ciudadano, un oscuro tejedor, un humilde hijo del pueblo ennoblecido por la lucha y engrandecido por el holocausto, ha llegado a ser uno de los hijos inmortales de la República.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Nicolás Romero en el campamento en Zitácuaro



Nicolás Romero es uno de los personajes que no pueden dejar de mencionarse cuando se habla de los guerrilleros que pelearon durante la guerra de la intervención francesa en México. Igual aparece en libros de historia que en novelas y es el modelo a seguir cuando se describe a los chinacos.

El Fondo de Cultura Económica publicó una serie de libros denominada “Historias de México”, en la que se procura describir la vida cotidiana de los mexicanos en diferentes etapas de nuestra historia.

El volumen 8/tomo 2 de la serie, nos presenta el “Campamento en Zitácuaro”, de José Ortiz Monasterio, con ilustraciones de Andrés Sánchez de Tagle. Allí se nos describe a un campamento de soldados republicanos que pelean contra el ejército intervencionista francés, hacia 1864. Y claro, en la descripción no podía faltar la mención de Nicolás Romero, ni un dibujo que recreara a los chinacos.

A continuación reproducimos el fragmento correspondiente a Nicolás Romero, así como la ilustración que lo acompaña.

EL LEON DE LAS MONTAÑAS
En efecto, se oían las pisadas de los caballos que se acercaban a la casa. Primero pasó un grupo de hombres a pie que andaba con rapidez: eran los exploradores que se cubrían de la lluvia con sus sombreros y con unas capas impermeables hechas de hojas de palma. Después venía la vanguardia: unos treinta hombres montados en caballos flacos. Sus armas eran principalmente lanzas, pero alguno traía una pistola al cinto y otros más un viejo mosquete en el carcaj. Más adelante venía el cuerpo del ejército: hombres de a pie mezclados con jinetes.

A la cabeza de este cuerpo venía el general Vicente Riva Palacio, que se distinguía de los demás por el sombrero de fieltro que usaba con el ala derecha levantada, sus espejuelos y sus botas altas de charol. A su lado venía otro hombre en un brioso caballo, con un pañuelo rojo al cuello. El sombrero que portaba era ancho, de los que llamaban jarano, la chaqueta era de cuero y usaba, encima de los pantalones, unas chaparreras de color negro. Sus armas no eran las mejores pero sí muy variadas: llevaba en el cinto un revólver, y un sable en un costado de la silla; también tenía una lanza y, en el carcaj, un mosquete. Aquel hombre era la viva imagen del chinaco, es decir de los charros que no toleraban a los franceses y les hacían la guerra en las montañas.

Francisca notó que aquel chinaco llamaba la atención de Michel y le dijo:

-Es Nicolás Romero.

-¿”El León de las Montañas”? -preguntó Michel, algo impresionado,

-Ese mero.

lunes, 8 de marzo de 2010

Nicolás Romero: Testimonio de historia Mexicana.


En 1973, el Ayuntamiento de Nicolás Romero, Estado de México, publicó un folleto biografico acerca del personaje en cuyo honor recibió su nombre el municipio. En la entrada anterior de este blog presentamos una pequeña parte del folleto, en esta ocasión, lo concluimos.


Ilusración: Portada del folleto biográfico, publicado en 1973.


TESTIMONIO DE HISTORIA MEXICANA
Por: Jacobo Dalevuelta.

Como el inmortal Nicolás Romero, añoro el aroma único de los jardines de Michoacán. Y en la visión maravillosa del pasado, encuentro a este formidable guerrillero, patriota generoso, en las tardes en que merced a un paréntesis de quietud para la fatiga, echado sobre el césped esmeralda del campo y dejando en la vaguedad de un recuerdo su mirada hacia más adentro, hacia las otras tierras queridas por él. Creo, me imagino al mestizo de treinta y cuatro años, suspirar a sus montes eternamente verdes y ricos de maleza. Y le sigo al Ajusco que guarda el secreto de la leyenda de Los Cuatro Soles. El alma de Nicolás Romero se modeló en esta cumbre azul como mi grande ilusión. En el Pico del Águila, nido de cóndores, este León de las Montañas, aprendió a ser inmenso como ellas, fuerte como sus rocas, inabordable como las cimas que corona siempre la inmaculada sabana de nieve. Junto al Zarco, que inmortalizó la pluma del incomparable Altamirano y junto a Riva Palacio, que llevó su valor y paseó su penacho de Caballero Poeta por esas tierras prodigiosas de Ziran Ziran, la figura de Nicolás Romero aparece y se eleva sobre ellas y sube a la inmortalidad cuando las balas extranjeras disparadas por las manos de los traidores, cegaron aquella existencia generosa y útil, puesta al servicio de la Patria. Y me parece que, por las noches, vague Nicolás Romero, de Mixcalco a Zitácuaro, repitiendo su canción, romance del amor doloroso: Una mujer angustiada llora por su prisionero: ¡Que le vuelvan a su hachero el de blusa colorada! Y sigo con él en sus marchas bajo los pinares que huelen a delicia y le busco en el campamento, pensando y suspirando por aquella chaparrita que robó su corazón en Toluca y voy a su lado en su marcha final hacia el patíbulo que lo inmortalizó. Y, sintiéndole grande y ejemplar por su sencillez y por su valor, escribo estas líneas que procurarán reunir algunos de los aspectos más interesantes de su vida, pensando en los charros del campo, los auténticos, que ignoran el mal a fuerza de conocer tanto el bien. Y canto a Nicolás Romero, con versos de corrido, con versos de aquellos que se escriben al abrigo, al calor de la fogata, cerca del rancho, bajo la entornada ventana que adornan de noche la luz de las estrellas, y de día, las macetas con flores de amapola y con dos ojos garzos que, cuando se entornan, hacen nublar la luz del sol. NOTA: En ocasión del centenario del sacrificio de Nicolás Romero, publicamos como un testimonio de historia mexicana, el trabajo que escribiera hace años, el connotado periodista Jacobo Dalevuelta (Fernando Ramírez de Aguilar) y que hemos rescatado del amarillento Suplemento del periódico El Universal de la ciudad de México, correspondiente al 17 de marzo de 1929. La bibliografía sobre Nicolás Romero, guerrillero de la Reforma y la Intervención, es bien escasa, por lo que, consideramos que esta mención, encaja en la conmemoración que celebramos en ocasión del centenario. Quiero escribir, oyendo a mi lado una canción en tono mayor, canción mitad amor y mitad picardía; pero bella, canción que salga para envolverse con la blanca nube perfumada de un vaguero y que vaya a conmover el sentimiento de una mujer: Muchachas del Cuirindal, esas de Cuirindalillo... Y ahí va la historia de Nicolás Romero... ...Y dicen que dicen que Miramón es el diablo... y dicen que dicen... que es el mesmo Lucifer, y anda y dice a ese valiente que yo soy su tata del y que si es el mesmo diablo, yo seré su San Miguel... Un son semejante debe haber mecido la cuna ranchera de Nicolás Romero. Hasta hace poco se creyó que la primera luz se la había enviado a través de los cedros, la montaña de Tlalpan; pero ahora sabemos que Nicolás nació en Nopala, Hgo. Esto acaba de descubrir uno de los más estudiosos periodistas de provincia. Nació entre las magueyeras, en la lejanía del año treinta a treinta y cuatro. Y como, acaso su alcoba haya sido el jacal democrático, en la primera mañana de su vida, debe haberse arrullado con la sinfonía maravillosa de El Alabado, canto de iniciación para el trabajo o de adiós para el sol que cae, día tras día, y que la voz campesina dedica al tinacal... Y su niñez fue obscura. Manuel Romero, su padre, y María Gertrudis (el nombre denuncia a la mujer india), murieron ignorantes e ignorados. Y un día Nicolás apareció, allá arriba, en la tierra alta donde puede respirarse la pureza creadora del viento montañero, Tlalpan, risueña; la ciudad tan querida y que esconde su belleza como lo haría la modestia de una campesina, fue para Nicolás Romero su segunda tierra. Y es que, esa arcilla tlalpense que huele a tomillo en las tardes de lluvia, tiene su embrujo... Sí, embrujo... Acaso sean los altos pinares que se perfilan caprichosos en sus atardeceres magníficos, cuando rompen el azul inmaculado de su cielo, los enormes pájaros blancos que allá en Centroamérica, son precursores del fin de los inviernos. ¡Cuántas veces he visto cruzar, bajo la comba azul de Tlalpan, esos Alzacuanes que parecen sentir intensa voluptuosidad con bañarse de la última luz vespertina y recibir las suaves primicias de un plenilunio. Algunos historiadores afirman que su infancia la pasó en San Ángel, protegido por el cura lugareño y que aprendió a leer y a trabajar en la fábrica de Contreras; pero Riva Palacio, rectifica esta versión y coloca la primera juventud del más grande guerrillero, sólo comparable al que creo la fantasía de Nervo, en Tlalpan, en la montaña en cuya falda están los cimientos de las fábricas de hilados. Y yo, pienso lo propio y me parece ver a este menestral humilde, en sus paseos dominicales a la dorada San Agustín de las Cuevas, detenerse frente a la injuria de las enormes masas cubiertas de planta, ante las cuales se refocilaba, la sensual y asquerosa figura de su Alteza Serenísima, don Antonio López de Santa Anna. No sólo ha servido la riente villa de la tierra de arriba para admirar a su belleza y para atraer con su misterio de encanto. En diversos tiempos, gentes de pocos escrúpulos, también la han encanallecido. Y allí frente a las mesas de la partida y bajo los toldos quitasoles de los palenques de gallos, entre los ruidos ensordecedores del gritón y la valona de la encantadora, me figuro encontrar al obrero textil, mudo, severo, indignado de aquella soez injuria. Y del telar que canta su himno de labor, partió una ocasión Nicolás Romero y cambió el huso, por la bruñida lanza de acero con la que más de una vez tomara sarta convulsa de traidores. Con su lanza de cañutos cabalgando pencos brutos... ¡qué gentil se ve el gandul! La nota más antigua que hallo respecto de su vida de soldado, marca el año 1860. El 24 de diciembre, entró a la Metrópoli a las órdenes del general Aureliano Rivera, durante la Guerra de Tres Años. Y de allí marchó al Estado de México. Mejía, por el año de 64, los persiguió obligándolo a internarse para Michoacán, la tierra de tan esclarecidos patriotas. Y un día, estuvo frente a Zitácuaro, y allí se presentó bajo las banderas de la República, a ese patricio que descendía de la sangre de Vicente Guerrero. Nicolás, a la cabeza de cien jinetes se presentó al coronel Riva Palacio y se puso a sus órdenes. Era de treinta a treinta y cuatro años. Mestizo en que predominaba la sangre indígena, su color era obscuro y terso, lampiño, de ojos pardos, que de cuando en cuando relampagueaban, llenos de fuego, pero que de ordinario miraban humildemente. Era bajo de cuerpo, delgado y tenía en el carrillo derecho una pequeña cicatriz, consecuencia de una herida que recibió durante la Guerra de Reforma, en un combate cerca de Cuernavaca. Retraído en su trato, parecía el de un hombre enteramente pacífico. Vestía tricot negro y sombrero de fieltro. Cualquiera, al verlo, hubiera creído tener al frente a un humilde vicario de cura. Y como jinete dicen sus biógrafos, pocos había entonces. Y es mucho decir. Un hombre de lanza y blusa roja, por regla general, era todo un señor sobre su caballo. Nicolás Romero, coco de la frailuna, fue un brazo derecho de Riva Palacio. Y allí están: Angangueo, Venta del Aire, El Tulillo, Metepec, Ayala, Ninijí e Ixtlahuaca y cien pueblos más en donde El León de la Montaña, derrotó a los altivos franceses y castigó a los odiados traidores. Y su fama corría de boca en boca y su figura atraía a las rancheras de la región. Pero Nicolás Romero, como en el poema vernáculo, sus ternuras eran sólo para esa chaparrita, dice Salado Álvarez que la mimaba. Hay mil hazañas que relatar de este guerrillero que lucía en el combate su valor y su generosidad en la victoria. En la Hacienda de Ayala, un 12 de septiembre de 1864 rompe un sitio que le puso el general Cuevas, toma prisioneros, lanceros franceses, austriacos y traidores y cuando sus clarines tocaban la victoria, liberta a los prisioneros, les socorre y les aconseja no servir por la odiosa causa de una corona mandada desde Europa. ¡Sólo un chinaco, era capaz de estos actos!
LA EPOPEYA DE VENTA DE AIRE
Fue acaso en Venta del Aire, donde Nicolás Romero, coronel del cuerpo Zaragoza, glosó en su vida una estrofa máxima, como un himno triunfal. De México habían avisado a Riva Palacio que el capitán Becker saldría de aquella capital con una pequeña escolta rumbo a Morelia, llevando de parte de Bazaine, pliegos e instrucciones verbales para don Leonardo Márquez. Becker, que es hoy general de la más alta graduación en el ejército de su país, es ruso de origen y vino a México en los días de la Intervención Francesa, para hacer su práctica de guerra. Era entonces muy joven; pero se distinguía ya, por su talento e instrucción en la Ciencia Militar. Forey lo colocó de ayudante de Márquez, y con este jefe hizo gran parte de su campaña. Esa era la importancia del enviado de Bazaine. Márquez, desde Morelia, dispuso la salida de contingentes para protegerlo y movió al Mocho Oroñoz, desde Maravatío y al coronel Camarena, renegado. La orden fue concreta. Riva Palacio mandó a Nicolás Romero para batir a los enemigos y capturar vivo al enviado del mariscal francés. En el relato cronológico que hace el erudito historiador michoacano don Eduardo Ruiz, dice: ...Así las cosas, Romero partió de Ayala a la una de la tarde del día 13 yendo a pernoctar a la Hacienda del Mayorazgo. El 14 continuó su marcha rumbo a Tabasco y llegó al Puerto de Medina como a las dos de la tarde, hora en que Camarena escoltando ya a Becker, regresaba a la Jordana y en que Oroñoz rumbo a esa hacienda, había salido de la Tepetongo. Tenía pues, Romero un amplio espacio entre las dos fuerzas enemigas y supo aprovecharse de esa circunstancia Y fue el combate fuerte y recio y nuestro chinaco atrevido y vigoroso, diezmó una vez más a la falange de enemigos. Becker, el enviado de Bazaine, quedaba aislado y dos lanzas llegaron a tocarle el pecho, pero en medio del tumulto consiguiente de la batalla, el León tuvo los golpes certeros de sus soldados y tomó la presa, viva, sana, intacta. Y el soberbio ruso, que llevaba la sangre innoble de los zares asesinos, rindió su espada, ante la majestad del campamento al obrero de Tlalpan, convertido en un soldado de la República y aureolado ya por las caricias de la victoria. Y fue hasta su jefe y le entregó al prisionero. Y marchó a Zitácuaro, nidal de hombres. Las mujeres alfombraron una vez más de flores de sus bosques, el paso de aquel chinaco, que glosaba las fiestas moviendo a su caballo, como puede moverse a un niño bueno. Aquí me parece asistir a una Canacua Florida.
EL OCASO
Una agorera mariposa negra, marcó el ocaso de este héroe magnífico. Fue en Papatzindán (y no Apatzingán, como erróneamente, afirmaron los mochos de la época), por Carácuaro (de donde surgió el único Morelos), donde Romero tuvo su ocaso. Era noble y era amigo. Salazar, un general desobediente de la República, tenía que ser batido fue Nicolás el enviado para castigarlo. ¿Por qué me mandan a mí a pelear contra los liberales, cuando hay por aquí tantos franceses y traidores? Pero iba triste y acaso sentía ya en el fondo de su alma que su deber lo llevaba hasta el patíbulo. Cuentan sus historiadores que: el segundo día de marcha, observó Romero que el coronel Pedro García, le pasaba con frecuencia la mano por la espalda, como tratando de quitarle algún insecto ponzoñoso. Después de muchas veces de esta operación, preguntó Romero: ¿Qué me quita usted? ¿Son jicotes? No, coronel; es una mariposa negra que vuela y vuelve a pararse en la espalda de usted. ¿Una mariposa negra? ¡Con razón digo yo que en esta expedición me va a ir mal! Y así llegó a Papatzindán... 31 de enero de 1865. Había mitote y había ruido. El coleadero estaba en su más brillante escena y una mujer le bebía los alientos al guerrillero. Y en la fiesta se cantaba la valona. México lucido dónde está el Virrey caballos tordillos coches de carey. Y no gustó aquel canto y entonces Nicolás repitió su copla: Una mujer angustiada llora por su prisionero: ¡Que le vuelvan a su hachero el de blusa colorada. Y bajo muchas blusas coloradas palpitaron los corazones y echaron fuera suspiros de amor. Y fue la escena brillante en que Nicolás demostró su destreza charra; pero vino el accidente nefasto y cayó con todo y potro. Y charro y bestia se perdieron en el polvo levantado y un grito de angustia acalló las últimas notas del rasgueo de las guitarras. El chinaco estaba lastimado de una pierna. Y las expertas manos curanderiles cayeron sobre aquel hueso dislocado. Había en el ambiente esa tremenda pesadez precursora de las grandes crisis. El francés preparaba la emboscada. Y aquella mañana, los chinacos dormían y en el potrero, los caballos descansaban sus grandes fatigas. Sólo un hombre velaba por sus hermanos. Sólo Nicolás estaba despierto ensayando andar, soportando el intenso dolor de su pierna herida. Y sonó un disparo que fue como una voz de alarma. El coronel De Portier con el 81 de línea, estaba enfrente a la población. La tragedia. Nicolás Romero fue descubierto por un zuavo que perseguía una gallina para robarla. El animal voló hacia un árbol salvador y entre sus ramas, apareció la cara de una hombre. Un zaragoza, gritó el invasor. Fue capturado. Según unos autores, tocó a un traidor identificarlo; pero según otros, la nobleza de Nicolás Romero lo hizo denunciarse. Dicen, que traía prisionero a un oficial belga. Que cuando fue detenido llamaron a este oficial para preguntarle si conocía quién era el preso. El belga no tuvo valor para ser delator de un hombre tan valiente como Nicolás Romero. Los franceses amenazaron al belga con fusiles y entonces, el gran chinaco dirigiéndose a ellos les dijo: Dejen en paz a ese joven que nada tiene que ver con ustedes. Yo soy Nicolás Romero. ¡Apenas si lo creían! El León de la Montaña estaba encadenado.
LA MUERTE DEL HEROE
La importancia de la captura de Nicolás Romero, se mide por el tono despectivo que usó el conservador Calendario de Galván, en sus Efemérides. Romero, le llama a secas, cuando dice que una mañana fue traído a la ciudad y que pasó por la Alameda, en la hora precisa de una alegre matiné burguesa y metropolitana. Nicolás Romero no puedo ser indultado por la llamada magnanimidad del iluso príncipe de Habsburgo y murió en el patíbulo. Dos años más tarde, la justicia demarcaba con la señal indeleble de su dedo, la sangrante cabeza del llamado Emperador, en la magnífica fiesta de la reivindicación de un pueblo, en el Cerro de las Campanas.
MIXCALCO
Se llevó a este héroe a una Corte Marcial inexorable, criminal. El 17 de marzo de 1865, firmaban su sentencia máxima. Y a la mañana siguiente, en un amanecer de primavera, florido y oloroso a roja amapolita ribereña, se consumó la tragedia. Don Juan A. Mateos, la describe así: MIXCALCO En aquel lugar triste y apartado, debía tener su desenlace ese drama. Se oyó un rumor en la multitud; el movimiento uniforme, simultáneo de las armas de los franceses produjo, con la naciente luz del sol, un relámpago siniestro que cruzó por encima del agrupado pueblo, y Nicolás Romero, sereno y animoso, casi indiferente, penetró en el cuadro en unión de otros dos oficiales que iban a sufrir su misma suerte. Infinitas precauciones había tomado la plaza para llevar a efecto la sentencia: la popularidad de Romero y la notoria injusticia del procedimiento, hacían temer una sublevación popular. Se había adelantado la hora: la guarnición estaba sobre las armas, la artillería lista, las patrullas y la gendarmería en movimiento, y sobre todo, la policía secreta, esa víbora que brota como la yerba venenosa de los pantanos, del seno de los gobiernos impopulares, en una actividad espantosa. Romero fumaba desdeñosamente un puro, los dos oficiales que le acompañaban y que también debían morir, eran: un subteniente que había sido el mariscal de un escuadrón de la brigada de Romero y el comandante Higinio Álvarez, Jefe de los exploradores de la misma brigada. Romero iba envuelto en la misma capa que usaba en campaña, y Álvarez en un sarape tricolor que imitaba la bandera de la República. ¿Para qué referir la ejecución? Los tres murieron con tanta sangre fría y con tan orgulloso desdén, como si no fueran a morir. El sargento francés dio a Romero el golpe de gracia, y sin embargo, como si aquella alma de gigante no hubiera podido desprenderse del cuerpo, al conducir el cadáver de Romero a su última morada, hizo un movimiento tan fuerte, que rompió el miserable ataúd en que lo conducían sus verdugos. El pueblo se dispersó sombrío y cabizbajo. A las diez de la mañana de ese día, la tierra había secado otra parte, y los vientos habían borrado con su polvo, los últimos rastros.

EN PAZ
Y esa fue la historia del León de las Montañas. Cada vez que veo en el campo a un charro de piel bronceada por el sol de toda su vida y las manos encallecidas por el duro trabajo de la tierra, pienso en que se alimenta con la misma savia que forjó el espíritu de Nicolás Romero, héroe de la gleba; héroe sin mácula. Y cuando, muchas tardes he visto caer el sol tras de los altos pinares de Tlalpan, paréceme como si el viento vespertino que se me antoja, empuja a la luz del día hacia un confín de misterio, llevara el eco de una canción épica, del corrido de Nicolás Romero, cantado por la gente arrabalera, interesante y buena, que hace aflorar su corazón en cada palabra. En esos momentos siento intensamente que no vivo solo; que en los sencillos que envuelven su desnudez y su amor en la tilma policroma que cobija y que calienta, hallaré siempre una nota mejor de optimismo y de vida. Y volviendo a mi recuerdo y oyendo en el ensueño el rítmico sonido de las guitarras, paréceme escuchar, como si el viento de la tarde nos trajera, ecos de una corrido, al comenzar: Señores: voy a cantar y canto siempre el primero lo que en Mixcalco pasó al gran Nicolás Romero...

sábado, 6 de marzo de 2010

Nicolás Romero


En diciembre del año de 1973, el gobierno municipal de Nicolás Romero, Estado de México, publicó un “Folleto Biográfico de Nicolás Romero, Ilustre Reformador”, con motivo del aniversario del natalicio de este personaje. En la presentación del folleto, el entonces presidente municipal, Arturo Sánchez Martínez, anunciaba que “el H: Ayuntamiento ha recopilado en este folleto los datos biográficos del León de las Montañas con el deseo de que la Ciudadanía y sobre todo la juventud estudiosa de nuestro Municipio, conozca aunque sea brevemente, la vida de este Personaje cuyo nombre lleva esta porción de tierra de nuestro Progresista estado de México.”
Hoy en día es sumamente difícil encontrar un ejemplar de aquel folleto. A continuación ofrecemos un fragmento de él, y poco a poco, les presentaremos el resto.
Ilustración: Portada del Folleto Biográfico de Nicolás Romero. La imagen es por cortesía del Cronista Municipal de Nicolás Romero, Gilberto Vargas Arana.


NICOLAS ROMERO Por: Carlos J. Sierra.
La dramática lucha de los republicanos en contra del ejército invasor francés, durante la guerra de intervención es el mejor testimonio de patriotismo. En rudo lapso que circundó aquella epopeya liberal, cubrió en el regazo de la muerte el tributo que pagó la patria por su inmaculada libertad.
De aquellos sacrificados en aras de la justicia republicana, figura el coronel Nicolás Romero, nacido el 6 de diciembre de 1827 en la población de Nopala, perteneciente por aquel entonces al Estado de México y hoy, al Estado de Hidalgo.
Romero fue de cuna humilde, y desde pequeño, su sola instrucción fueron las faenas del campo; posteriormente, aprendió el oficio de tejedor y se alejó de su tierra original, para ingresar a trabajar en diversas fábricas textiles; una riña al parecer intrascendente, le abrió el camino de la guerra, y buscando refugio de la persecución judicial, lo encontró peleando en contra de la reacción en la Guerra de Reforma; ahí empezó su vida de guerrillero que se fue prolongando hasta la intervención francesa, asistiendo a la victoriosa acción del 5 de mayo de 1862, en Puebla, donde fueron derrotados los invasores; al año siguiente, después de que cayó gloriosamente esta plaza, Romero se internó en la llanura y el monte para sostener escaramuzas y una hostilidad continua contra los invasores; sus fuerzas fueron sorprendidas en febrero de 1865 en Papazindán, y en el fragor de la lucha sucumbió su guerrilla, y el coronel Nicolás Romero fue hecho prisionero, junto con el teniente Silvano Gómez y otros jefes republicanos.
El 16 de febrero de 1865, llegó a la ciudad de México en compañía de diez de sus soldados, junto con el teniente Gómez, como únicos supervivientes de la catástrofe PAPAZINDAN; fueron entregados a la Corte Marcial que inícuamente los juzgó parcialmente, y con el único fin de dar muerte al valeroso guerrillero. El 17 de marzo se pronunció el fallo y el 18 de marzo de 1865, a las seis y media de la mañana fue fusilado en compañía del comandante Higinio Alvarez, el alférez Encarnación Rojas y el sargento Roque Pérez; otro de los prisioneros, el teniente Silvano Gómez, permaneció detenido, aunque meses más tarde, continuando la acción valerosa de Nicolás Romero, en 1866, siguió luchando en defensa de los ideales republicanos.
El sacrificio del guerrillero y sus acompañantes, lo recordamos, ciertos de que el esfuerzo de aquellos hombres, permitió el triunfo de la república sobre el imperio.

jueves, 4 de marzo de 2010

Coronel Nicolás Romero, un héroe en entredicho

Por los eminentes servicios que prestaron durante la guerra de intervención francesa, el General Vicente Riva Palacio y los Coroneles Manuel Peña y Ramírez y Nicolás Romero, fueron declarados Beneméritos del Estado de México por el congreso en el año de 1868.
“Benemérito” significa digno de recompensa, es aquel que ha hecho suficientes méritos para merecer un reconocimiento. En esa situación consideró el congreso de 1868 que se encontraba Nicolás Romero y de allí que se le declarara Benemérito del Estado de México.
Por sus méritos, además, Nicolás Romero es el nombre que se le dio a este municipio, así como a diversas calles en varios estados del país.
Al declarársele Benemérito del Estado de México, se reconoció la importancia de su participación en la guerra de intervención francesa y se aceptó, sin lugar a dudas, su carácter como uno de los héroes patrios.
No obstante todo esto, en la actualidad no se tiene una imagen favorable del coronel Nicolás Romero en todo el Estado. Si revisamos la monografía municipal de Cuautitlán Izcalli, misma que fue publicada por el gobierno del Estado, en ella se dice: “Si bien se tiene a Nicolás Romero como un héroe de nuestra historia y hasta un municipio mexiquense lleva su nombre, aquí nos encontramos con un mal antecedente de esa persona.”
Dicha monografía municipal afirma que “la invasión francesa fue el pretexto para que se formaran cuerpos guerrilleros que trataban de expulsar al invasor, pero también hubo otros que se dedicaban al saqueo y robo en los pueblos.” En este ultimo caso, pone como ejemplo a Nicolás Romero, e informa que en 1863 éste robó a la iglesia del pueblo de San Miguel Tlaxomulco.
Por otra parte, la monografía municipal de Jiquipilco, igualmente publicada por el gobierno del Estado de México, informa que el 20 de junio de 1863 se presentó en ese pueblo el coronel Nicolás Romero, quien se llevó un macho y un caballo de la casa del cura.
Indiscutiblemente, la participación de Nicolás Romero como guerrillero fue polémica. Mientras que para los conservadores era un vulgar bandolero, para los liberales se trataba de uno de los héroes patrios. Lo que resulta lamentable es que actualmente se le siga considerando dentro de esas dos opciones y que en libros publicados por el gobierno del estado den una mala visión de Nicolás Romero al mismo tiempo que éste mantiene su categoría de Benemérito del Estado de México.