Nicolás Romero nació el 6 de diciembre de de 1827 en el actual municipio de Nopala de Villagrán, en el Estado de Hidalgo; en aquel entonces ese territorio formaba parte del Estado de México. Durante la Guerra de Reforma se unió a las fuerzas liberales y como guerrillero llevó una carrera en permanente ascenso. En 1865, durante la Intervención Francesa, fue capturado en Papatzindán, Michoacán y llevado a la ciudad de México, donde se le hizo un juicio militar por parte, para finalmente sentenciarlo a muerte. Murió fusilado el 18 de marzo de 1865, en la Plazuela de Mixcalco, en el centro de la Ciudad de México.
Diversos autores de la época, escribieron acerca de Nicolás Romero, reconociéndolo como uno de os guerrilleros más importantes y temidos por el enemigo. El poeta Juan de Dios Peza publicó en los primeros años del siglo XX un libro con sus memorias en torno a Benito Juárez y allí aparece un capítulo dedicado a Nicolás Romero. De ese capítulo, les presento un fragmento.
Título: Memorias. Epopeyas de mi patria: Benito Juárez
Autor: Juan de Dios Peza.
Factoría Ediciones, México D.F., 1998.
Entre los guerrilleros que con ejemplar arrojo combatían la intervención francesa, descollaba Nicolás Romero.
Era un hombre de treinta tres años, sencillo, modesto, sin otra ambición que la de luchar sin descanso contra el enemigo extranjero, sin medir los peligros ni contar a los contrarios.
Vivía como las águilas, entre las rocas escarpadas de la sierra, sirviéndole de almohada muchas veces la montura que quitaba a su caballo consentido, que junto a él quedaba velándolo, y que ya estaba enseñando a despertarlo al primer ruido o al ver aproximarse a alguno cerca del sitio donde descansaba su amo.
Vestía siempre de negro, con el pelo cortado al rape, el rostro afeitado, sin ninguna insignia militar que denotara rango, categoría o superioridad entre sus compañeros.
Había servido con el bravo Aureliano Rivera, a cuyo lado se batió muchas veces con denuedo, y luego se fue con el general Vicente Riva Palacio, a quien profesaba verdadero culto de cariño y de respeto filial.
Prudente, callado, con la apariencia de campesino y la cautivadora humildad de un ser bondadoso, servicial y tímido, nadie, al mirarlo, comprendía su bravura ni sus ardides para lograr el éxito en los combates.
Sus proezas en Venta del Aire y en Angangueo le habían hecho popular y temible, y desde encopetados cortesanos hasta los peones de los ranchos más insignificantes, sabían que a la hora de batirse admiraba con su calma estoica y con la habilidad no aprendida con que burlaba los planes del enemigo.
Sus ojos penetrantes y vivos, relampagueaban bajo el ala negra del ancho sombrero que llevaba siempre hundido sobre las cejas.
En ese incomparable y hermosísimo vergel de nuestra República que se llama el Estado de Michoacán, y especialmente en el tantas veces heroico Zitácuaro, no se perderá la memoria del audaz guerrillero, a quien los franceses denominaban con justicia: el león de las montañas. Era el mejor soldado y el amigo más adicto a Riva Palacio.
Con Romero brillaban como valientes, dignos de su predilección, Filogonio Gutiérrez, que murió en Tacámbaro; Silvano Gómez y Vicente Bárcena Villagrán, que perdió una pierna en campaña, los tres originarios de Huichapan; el inolvidable Luis Robredo y Modesto García, naturales de Nopala, muertos heroicamente en Tacámbaro; Bernal, que en el asalto de Uruapan, le arrebató la vida una bala que le atravesó el corazón, y Luis Carrillo, que vino a morir en Querétaro al frente de sus soldados.
Eran todos ellos incansables para la lucha, y no es posible recoger la lista de los que a su lado morían en defensa de la patria.
Héroes ignorados, no tienen tumbas donde poner como cariñosa ofrenda las coronas de laurel y encina que se consagran a los inmortales; pero la patria los bendice, los ama y reconoce que sus esfuerzos contribuyeron en mucho a darle la felicidad que ambicionaba en aquellos días de prueba.
Ilustración: “León de la montaña”, Grabado de Candelario Hernández. 2004.
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